¿Quién parará a los humillados?

Me apetece escribir un poco sobre lo que ha sucedido tras el asesinato de Isabel Carrasco. Y en primer lugar me gustaría decir que, después de años de oponerme principalmente a la violencia de ETA y también a la violencia de estado en el conflicto vasco, no voy a cambiar ahora de forma de pensar porque hayan matado a quien parece era una cacique del PP.  Y, por lo tanto, rechazo totalmente el asesinato de Isabel Carrasco, sin matices. Y lo hago por una concepción radical del derecho a la vida que me lleva a no aceptar ningún atentado contra la misma. 

Además, quiero llamar la atención sobre un hecho que, desgraciadamente, suele pasar desapercibido en estos casos. Cuando alguien manifiesta su alegría por un asesinato como éste suele olvidar que detrás de la víctima fallecida hay otras víctimas cercanas: sus familiares y amistades. Suele olvidar que el insulto no llega a la persona fallecida, que no puede escucharlo, pero sí duele, en un momento especialmente triste, a quienes la querían. Por eso, el desprecio hacia la difunta solo servirá para alimentar deseos de venganza en sus allegados; venganza contra quienes la asesinaron y venganza contra quienes aplauden su muerte.

Entrando ya en consideraciones políticas, lo primero que me gustaría decir es que me parecería aún más lamentable si cabe que quien ahora da palmas no hubiera hecho antes lo suficiente para sacar a Isabel Carrasco de los puestos de responsabilidad que ocupaba. 

Dicho lo cual, me parece una indignidad mayor que la alegría por la muerte de Isabel Carrasco la utilización de la misma para denigrar a movimientos sociales pacíficos o a redes sociales enteras.  Y todavía me parece peor utilizar este pretexto para dar una vuelta de tuerca en el camino por alcanzar el estado totalitario al que parecen aspirar los dirigentes del PP.  Como bien ha dicho Alberto Garzón, diputado de IU, existen en la legislación española suficientes recursos para perseguir los delitos, también los delitos en internet, y cualquier ciudadano puede utilizarlos tal como hizo él cuando recibió amenazas de muerte en la red de grupos de ultraderecha. 

Otra perspectiva de este asunto es el hecho de que la casta política entera se ha visto tocada por este asesinato y ha reaccionado levantando aún más alto el muro que la separa de la sociedad. En lugar de asumir que prácticamente nadie ha llorado la muerte de Isabel Carrasco y que eso algo debe significar, se han puesto a echar la culpa a toda la sociedad de algo que tufa a pelea de familias en el PP leonés. No son conscientes de que son ellos los que se han quedado fuera del juego, fuera de la democracia, y que la reacción de la sociedad en la calle y en la red no son sino síntomas de que la gente está viva y la mejor garantía de que aún tenemos futuro democrático. 

Pero que se anden con cuidado. Son demasiadas familias con todos sus miembros en paro, demasiados desahucios, demasiadas personas abandonadas a su suerte. Las condiciones para un rebrote de la violencia, verbal o física, están ahí. Por el momento, los movimientos sociales y los nuevos proyectos políticos están consiguiendo canalizar las humillaciones que sufren tantas personas mediante acciones pacíficas y propuestas de cambio, pero no sé por cuánto tiempo serán capaces de aguantar el empuje de la desdicha. 

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