Recientemente he pasado dos semanas de confinamiento en casa tras haber dado positivo en COVID y otras dos semanas de recuperación tranquila. Atrás quedan varios días de fiebre y tos, de miedos, solidaridad y serena esperanza. Todo ello, debo decirlo, con un nivel de gravedad de la enfermedad bajo, que me ha permitido superarla sin mayores problemas. Quizás no habría sido capaz de escribir lo que sigue si me hubiese tocado una experiencia más dura. Como ha sido una oportunidad única, en la que he podido reflexionar sobre varios asuntos relacionados con la enfermedad, quisiera compartir esos pensamientos con vosotros/as. Voy a dividir la exposición en dos bloques: en primer lugar, hablaré sobre aspectos personales y, en la segunda parte, me referiré a la vertiente comunitaria . La primera idea del ámbito personal que quisiera compartir es que intuyo que mantener en la vida un estado de ánimo positivo y relajado es un buen activo cuando llega la enfermedad. Aunque no puedo demos
Quienes me conocéis sabéis que no profeso especial cariño a José Luis Bilbao. O sea, que estaré encantado si no repite como diputado general de Bizkaia la próxima legislatura. Y pensaréis que es esa falta de cariño la que me lleva a criticar sus opiniones. Pues no. Se lo gana él solito a pulso. No hay más que ver su virulento rechazo al proyecto de ferrocarril entre Bilbao a Castro que incluso su propio partido ha tenido que salir a corregirle. Hace falta estar anclado en la Edad Media para defender una Euskadi aislada del resto del mundo como hace este hombre. Si algo ha hecho bien Patxi López (poco más, por cierto) ha sido estrechar los lazos con las comunidades limítrofes tratando de identificar lo que tenemos en común para poder progresar conjuntamente. Y es que cualquier otra orientación va en contra de los propios intereses de Euskadi. Por cierto, que dice Bilbao que esto lo hacen los del PSE para sus votantes. Me temo que se equivoca de punta a rabo. Los/as vascos/as que tienen
En las pasadas semanas he cambiado varias veces de opinión sobre los pasos que deberían darse para acabar con la guerra en Ucrania y, sobre todo, he cambiado repetidamente de estado de ánimo al respecto. Ahora, tengo la impresión de que en ambas esferas, la mental y la emocional, mis enfoques eran muy limitados. Empezando por lo emocional, tengo que decir que ante la magnitud de los desastres que provoca la guerra me he visto reaccionando de una manera muy primaria. Confieso haberme alegrado, ¿incluso deleitado?, viendo cómo un ataque ucraniano arrasaba parte de una columna de tanques rusos. Sentía que esos desalmados, si es que a los tanques se les puede atribuir espíritu, se lo tenían bien merecido por haber destruido instalaciones ocupadas por civiles con los proyectiles que salían de sus cañones. Pero, voy a ser sincero, no veía que dentro de ese amasijo de chatarra en que se habían convertido los tanques atacados estaban los restos achicharrados de sus jóvenes ocupantes. Desde m
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Dilo ahora o calla para siempre